Hoy puedo decir con satisfacción que se gano el caso, y que la verdad técnica fue la clave para lograrlo.
Durante todo este tiempo, siempre insistí en que en arquitectura no basta con el diseño o los planos bonitos: hay que contar con todos los elementos que exige una buena práctica profesional, especialmente los estudios técnicos que sustentan la obra.

En mi informe detecté un detalle que había pasado inadvertido, pero que resultó decisivo: el arquitecto no había realizado el estudio geotécnico del terreno.
Ese fue el origen de los problemas que se presentaron posteriormente en la construcción. El suelo tenía arcillas expansivas, un tipo de material que varía su volumen con la humedad y puede generar desplazamientos, fisuras y daños estructurales si no se considera desde el diseño.
Gracias a ese hallazgo, y al respaldo técnico del informe que presenté, se pudo demostrar la causa real del problema.
El abogado me felicitó por la precisión del trabajo y por haber sustentado técnicamente el reclamo.
Fue un proceso complejo, pero al final, la técnica y la verdad prevalecieron.

Este caso deja una lección importante:
En arquitectura y construcción, cada elemento cuenta. Un estudio geotécnico no es un trámite más; es la base que puede evitar conflictos legales, pérdidas económicas y daños estructurales.
Hoy cierro este capítulo con la satisfacción de haber contribuido, desde lo técnico y lo ético, a que se hiciera justicia.
Porque cuando la arquitectura se hace con rigor, la verdad siempre encuentra su lugar.
